
Como todo retrato, éste tiene sus historias, la artística y la patética, la patética supuso perseguir a mi modelo por toda la casa con la cámara del móvil en la mano, hasta conseguir el enfoque y la luz adecuada. No es nada fácil porque para pintar y dibujar hay que hacer juegos de luces y sombras, esperar la de la tarde, arrinconar al modelo en la terraza, conseguir que sonría (pero no demasiado) y hacerle las fotos que se deje, en este caso solo dos.
La artística fue menos complicada. Imprimí la foto a tamaño folio, la dividí partiendo del eje principal y medí al milímetro todas las distancias. Después todo fue sacar formas, sombras, luces y esa mirada dulce y azul que le traiciona, y que es la que hizo que me decidiera a perseguirle por el resto de mis pasillos. Siete años de pasillos llevamos ya.
Después había que poner a prueba la obra, así que aproveché una visita de sus hijos y nietos, de 3 y 2 años estos últimos, y les enseñé el dibujo. Cuando les vi señalar con el dedito diciendo "el ahuelo!" supe que ya estaba terminado.
No me dirán que no es guapo.